La hojarasca y el sonido


     I. Otras formas personales

Es como si no hubiera nada, y de pronto el mundo.
Como si a las palabras les hubiera faltado el acento y luego se le concediera
no en lugares adecuados, sino en puntos estratégicos
para saciar la emoción.
La voz no me sale pasado el final de fiesta
pero sale el corazón,
se comprime nada más verte
para entonces expandirse en busca del tuyo
Pequeño. Pequeñita.
Vida lograda
entre displicencias y motivos.

Hace mucho que me fui del amor:
he hallado mi casa en otras formas personales.

Y me rebasa tu leve y seguro tacto,
La sensación de realidad muy viva, en medio del temblor permanente.
Me tiene, además, alucinada la luz que atrapas con tus ojos.
Tu asombro, ingenua risa
La primera vez que escuché tu voz.
La vez que te conocí en tu descanso armónico.
El destello de una joya que parecía hallarse siempre al fondo
Y que ya estando ahí, pude al fin tomar entre las manos,
Barajar entre los dedos,
Asirla, sustraerla de entre la oscuridad de las aguas
Y ver así un atisbo del futuro:
Ojalá mi vida se extendiera hasta repasar los años
Para seguir sintiendo tus manitas
Acercarte al vuelo y alimentar tu vida a contraluz.


     II. Fluctuación de tres

Noto en el dibujo inexacto de tus rasgos
Los recuerdos que me hacen amar tanto a tu padre
Y entender que tu madre es, por fortuna del camino,
una de las tantas hermanas que han cubierto mi deseo:

¿Te acuerdas, ma, de cuando por capricho pueril, quería que el último bebé que venía fuera hermana mía?
¿Recuerdas, ma, cómo lloré cuando supe que no podía corresponderse aquel anhelo infantil?

A explicar: ese último hermano de sangre, se ha convertido en amigo confidente. Y nuestra admiración circula (fluctuación de tres), como las ganas de seguir cultivándonos los afectos.


     III. Las dagas nobles

Noto entre el bosquejo de tu risa, lo más bondadoso de los nuestros,
ese acto generoso en que hemos decidido convertirnos:
Los abrazos atronadores. Alunizaje.
Las palabras elegidas con especial cuidado,
como piedras a pulir
Para conseguir las dagas nobles, que podamos posar sobre cojines rojos
Que nos acerquen esencialmente al centro de los otros.
Noto mi alegría por vivir en tu propio asombro.
Noto que respiras. Noto que he podido seguir viva. Y presenciar tu vida con ello. Y agradezco tanto y tanto… Y resguardo en el alma, bajo llave de esperanza, el deseo incipiente, redundante, de que tengas una buena vida: dichosa, tranquila, estimulante, en genuina correspondencia al cuidadoso sostén de quienes te amamos.


     IV. La hojarasca y el sonido

No pienso en todo lo que escribiré para ti, ni por ti,
pienso en que lo ya escrito pueda serte cercano, como cada que te canto.
Porque yo ya escucho tu melodía
y con ella oigo sabores desconocidos:
la corteza de mis árboles amados. La hojarasca ha crujido, y yo ya sé cómo empieza tu canción.
Un día, ya verás, solo aspiraré a escribir algo que te abrace en música.





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